Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

viernes, 24 de mayo de 2013

EL CERO METAFÍSICO Y LA UNIDAD, por Arjuna

Cuando los creyentes leemos: Y Dios dijo: “Hágase la Luz” y la Luz se hizo, nuestra fe nos hace intuir que fue así, pues, de no haber sido así, es de suponer que no estaríamos ahora aquí y nada existiría.
Y hablando de existir ¿qué significado tiene en realidad esta palabra? Parece proceder de la expresión “ex_estare”, que significa etimológicamente, “estar fuera de”. Lo que implicaría que los que existimos, estamos fuera de algo a lo que se le designa simplemente como “de”. ¿Pero fuera de qué? Porque, desde el mundo de la existencia, distinguimos unas cosas de otras para poder reconocerlas, es decir nos basamos en la distinción, y en ese simple “de” del que estamos fuera, al expresarlo solo y aislado, da la sensación de un lugar de esencial importancia, como si, existir, fuera haber salido de un “Todo” donde no hubieran distinciones. 
Aunque designarlo como el “Todo”, también sería un error, pues, si fuera del Todo, puede haber algo, el Todo ya no sería todo, sino una parte. De ahí que debamos deducir que ese “de”, del que estamos fuera los que existimos, sea la parte esencial del Todo, de la que puede salirse a esa otra situación (la existencia) donde se aprecian las individualidades por el procedimiento de la distinción. Y esto implicaría que ese “Todo”, al que podríamos designar como “Posibilidad Total”, estaría compuesto por la “posibilidad de existir” y la de “no-existir”, es decir por la posibilidad de “salir de” y la de “no salir de”. A esto los metafísicos lo designan como la “Posibilidad de Ser” y la “Posibilidad de No-Ser”, o, más comúnmente, como el “Ser” y el “No-Ser”. Éste último constituiría la esencia pura de lo indiferenciado, de donde todo procede, y, aquél, la posibilidad de diferenciación.

Pero este paso del “No-Ser” al “Ser”, requiere una acción, un movimiento que, basándose en un inicio, pase de lo “no manifestado”, que supone el “No-Ser”, a la “manifestación”, que supondría la acción del “Ser”, o sea: de lo indefinido a lo definido. Y todo inicio requiere la intervención del Verbo, que es lo que lo pone en movimiento. 

En el Principio existe el Verbo y el Verbo está con Dios y el Verbo es Dios. En esta exposición de nuestro Evangelista, vemos una palpable unicidad entre Dios y el Verbo, lo que implica que se trata de lo mismo o, mejor dicho, lo que desde la existencia vemos como a ambos, desde la esencia, desde lo que se ha designado como el “No-Ser”, que es desde donde nos habla el Evangelista, son una sola cosa, pues desde ahí no cabe diferenciación alguna, ya que las distinciones son propias de la existencia, y la existencia es la posibilidad de “Ser” o, dicho más exactamente, la manifestación del Ser.

De todo esto hemos podido ver que la “Posibilidad Total” está compuesta por la “Posibilidad de No-Ser” y la Posibilidad de “Ser”, y que se produce una iniciativa necesaria para el paso de la una a la otra. Pero esa iniciativa, esa voluntad del paso del “No-Ser” al “Ser”, ese conjunto Dios-Verbo, ¿forma parte del “No-Ser” o del “Ser”? 

Acabamos de hablar de la palpable unicidad del Dios-Verbo, por lo cual estando indiferenciados, no pueden encontrarse en el “Ser”, pero tampoco en el “No-Ser”, pues allí no cabe la posibilidad a acción alguna, ya que constituye ese estado que, aunque en plena actividad, no se lleva a cabo ninguna acción. Lo que nos conduce a determinar al, digamos, “binomio indiferenciado” Dios-Verbo, como algo intermedio o, mejor dicho, el esencial vínculo entre el “No-Ser” o lo “no manifestado” y “la manifestación”; binomio que, en esencia, sería el “Ser”, pues es el nexo de unión responsable entre Su manifestación y lo inmanifestado. De ahí que ante el planteamiento de ¿Dios existe?, lo metafísicamente correcto sería decir: “el Ser es”, pues el Principio creador no forma parte de lo creado, Él no está fuera “de”, sino que es la causa de que: lo que se encontraba indiferenciado, pase a la posibilidad de diferenciación, de que lo inmanifestado pase a manifestarse por su causa, pero la causa no es la Obra, sino su Principio, de ahí que no pueda decirse que Dios exista, ya que el “ex_estare” le es impropio, pues, en términos masónicos, sería confundir lo construido con el Constructor.

El Principio consistente en ese binomio indiferenciado Dios-Verbo, que constituye el vínculo esencial entre lo inmanifestado y la manifestación, pero que no puede considerarse ni lo uno, ni la otra, es lo que en metafísica se conoce como Unidad divina, de la que procede toda la existencia, todo lo que forma parte del ex_estare, es decir todo lo que está “fuera de” y que, en el Cristianismo, se conoce como “La Creación”.

Ese “de”, del que hay que salir para formar parte de la Creación, que es lo que se ha designado como el “No-Ser”, constituiría, desde el punto de vista de la Creación o manifestación de la Unidad, el Cero metafísico, pues, por el simple hecho de no haber diferenciación alguna en Él, desde el mundo diferenciado que constituye la Creación, es considerado como el Cero, metafísicamente hablando. Cero metafísico, que nada tiene que ver con el cero matemático, pues éste supone la nada como ausencia total de objetos diferenciados; y aquél, en realidad, supone el Todo desde el momento que lo manifestado procede de Él.

El Cero metafísico viene expresado en todas las Tradiciones Sagradas, adquiriendo una relevancia más destacada en unas que en otras, como puede ser el caso del Budismo que lo designa como “El Nirvana”, al que se llega por la vía negativa, es decir por la negación de toda forma diferenciada. Vía, a la que, en el Cristianismo, también hace referencia el llamado Pseudo-Dionisio Aereopagita, parece ser que en su Obra “Los Nombres Divinos”, donde, a través de los atributos de Dios, que califica como dados por el ser manifestado, llega al Cero metafísico; pues, en su Obra, a la afirmación de ¡Dios es bueno!, la considera como improcedente, pues calificar a Dios de bueno es darle la posibilidad de que sea malo, lo cual considera incongruente, afirmando que Dios no puede calificarse ni de bueno, ni de misericordioso, ni de nada, pues esos son cualidades que puede alcanzar la Obra de Dios (en nuestro caso, el hombre), pero no Dios, ya que, en Dios, no cabe diferenciación alguna, como pudiera ser la bondad y la maldad, Dios simplemente Es. Es decir, la Unidad divina está más allá de toda calificación o forma diferenciada, está en lo que, para el hombre, es el Cero metafísico, y, para la Metafísica, es esa causa-vínculo entre el Cero metafísico y la manifestación o existencia.

Sin embargo en otras Tradiciones Sagradas como el Taoísmo, no se expresa tan destacadamente la diferencia entre el “No-Ser” y el “Ser”, definiendo al Tao como la Posibilidad Total, pues tanto en el mundo indiferenciado como en la manifestación, la presencia del Tao está en eterna permanencia. Cada Tradición Sagrada va dirigida de la forma más adecuada para el sector de la humanidad que la precisa, de ahí que las Tradiciones consistan en las diversas formas de decir lo mismo, pues todas ellas, al proceder de la Tradición primordial, expresan forzosamente la Verdad inmutable.

En el Cristianismo -Tradición Sagrada muy apoyada en el subjetivismo, pues al igual que el Budismo, nace de la actuación de un sujeto- el nivel metafísico es menos aparente, pues el subjetivismo tiene más tendencia a exposiciones exotéricas que esotéricas; aunque eso no quiere decir que no las tenga, pues sus metafísicos ya se encargan de resaltarlas. Recordemos al Maestro Ekcart, ya citado en otra ocasiones, ese Monje renano del siglo XIV, metafísico por excelencia del Cristianismo, quien, en la oración, recomienda ir allá donde estábamos antes de nacer y a donde iremos después de morir, allí donde ni Dios es Dios, ni yo soy creatura, y después de orar desde ese Cero metafísico, volver y descubrir que el mundo se ve de otra forma, pues la unión con el Espíritu te sitúa en la auténtica Realidad. El salir del mundo diferenciado para entrar en el Cero metafísico, es el requisito indispensable para entrar plenamente en la auténtica oración, o en lo que se conoce como “meditación” en las Tradiciones orientales. Recordemos lo expresado en el Evangelio: “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas que gustan de orar en pie en las sinagogas o en los ángulos de las plazas para ser vistos de los hombres.... Tu, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto y que ve lo escondido ...” Aquí, lo de aislarse del mundo de las formas, es suficientemente manifiesto, pues lo secreto y lo escondido, para el hombre, no es más que ese Cero metafísico, verdadera fuente y reflejo de la total Realidad. 

Recordemos que el Rito de Iniciación no es más que la primera tendencia al Cero metafísico, pues la Iniciación es muerte, la muerte de la individualidad que, a través de su tendencia a la Unidad divina, inicia su camino hacia Ella y hacia más allá, hacia ese “Nirvana” donde ya no hay distinción posible, donde las formas son una, donde el sonido es Silencio, donde Dios y creatura son una sola cosa y ya no cabe distinción alguna, pues ya no “estamos fuera de”, sino “en”, en ese Tao del que todo emana, y al que, desde el mundo de las formas, designamos como Cero metafísico. Y recordemos que la iniciación empieza, como refleja el Evangelio, en una cámara, en la Cámara de Reflexión, donde se testa y se inicia la vía mortuoria de la individualidad, hacia la vida eterna de la realidad total.

Hemos dicho antes que en algunas Tradiciones Sagradas como el Taoísmo, el punto de vista diferenciador entre el Cero metafísico, la Unidad y su manifestación -es decir la existencia-, es poco palpable, lo cual indica la alta tendencia inciática de dicha Tradición, ya que entrar en elementos diferenciadores, es apoyarse en el mundo dual, y la iniciación tiende a todo lo contrario, pues apunta directamente al Cero metafísico. Esto hace que Tradiciones muy subjetivistas como el Hinduismo o la propia del mundo Helénico, donde cobran vida múltiples deidades: u otras, basadas en el paso por “la manifestación” de un sujeto determinado, como es el caso de Cristo en el Cristianismo o del Príncipe Siddhartha en el Budismo, se tenga que vencer esa exaltación exoterista a la individualización de las deidades, o al individuo “líder espiritual”, para trascendiendo de Ellos, llegar hacia donde ellos mismos indican. De ahí que encontremos expresiones tales como: “Es necesario que Yo me vaya para que me veáis” en el Cristianismo, o como la tan conocida del Budismo: “ Si en tu camino te encuentras al Buda, ¡mátalo!”, pues ambas indican que salgas del mundo diferenciador y acudas a la Unidad divina. De ahí que hayan tendencias como la del Bodhisattwa budista, que es quien va voluntariamente del “No-Ser” a la manifestación del “Ser”, es decir que realiza una vía descendente. Esta postura es la que se conoce como el sacrificio, ese “sacrum-facere”, que en el Cristianismo viene expresado como la encarnación del Verbo, que desciende, se hace hombre y los hombres no lo reconocen, pues cuando actúa no lo hace desde el punto de vista de las formas diferenciadas, sino desde el punto de vista del Cero metafísico, es decir de lo absoluto, anunciando la Verdad única e inmutable. 

Esta postura del Bodhisattwa -que obviamente no es la del hombre, pues éste se realiza de abajo a arriba, es decir tiene que salir del mundo diferenciado hacía el Cero metafísico-, la postura del Bodhisattwa, decíamos, es muy indicativa de la poca importancia que le da a la diferenciación entre Cero metafísico, Unidad y existencia, pues partiendo de arriba para servir de vía a los de abajo, conoce la realidad absoluta, y la distinción entre “Nirvana”, “Ser” y “mundo manifestado”, no le impone el respeto que puede imponer cuando se observa desde abajo, es decir desde el mundo de la realización ascendente, lo que en Cristianismo se conoce como “desde el mundo de la caída”. Y volviendo al Bodhisattwa, vemos que actúa sin establecer diferencias, pues es consciente de que todo es el Tao, y que la Posibilidad, sea la del “Ser” o la del “No-Ser”, jamás deja de ser la Posibilidad Total, lo que le hace moverse en el mundo de las formas sin miedo, pues sabe que el “ex_estare”, para Él, no es estar fuera de nada, ya que es consciente de la realidad absoluta y puede encontrarse, y se encuentra, perfectamente en el mundo manifestado y en el Cero metafísico, a la vez, sin distinción alguna. Esta sería la postura del Adepto a alcanzar por el iniciado, aunque viniendo desde abajo, y efectuando su realización de manera ascendente, para lo que tiene, ante sí, a la figura del Bodhisattwa que le indica el camino, a través de su doctrina, rituales y simbología.

Hablando sobre estas cuestiones con unos amigos, uno de ellos, sacando a conversación al personaje de Ian Fleming, preguntó: ¿Sabéis por qué a James Bond le sale todo bien? La carcajada fue general, pero la pregunta no quedó en el aire y, siguiendo la broma, algunos contertulios exigieron la respuesta. Pues porque le da igual vivir que morir, dijo el amigo metafísico. Esto, recordó a algún otro, que fue la misma respuesta que dio Lanzarote a uno de sus rivales en las luchas a espada que, antes de ser caballero, organizaba por los poblados que pasaba. En estas peleas populares, Lanzarote siempre salía vencedor, y uno de sus rivales, después de ser derrotado, quiso saber el secreto; a lo que Lanzarote le contesto, te debe importar igual vivir que morir. Con esto no queremos afirmar que Ian Fleming pensara en un Bodhisattwa a crear su personaje o que la realización espiritual de Lanzarote, fuera de carácter descendente. Pero sí que la pérdida del miedo colabora a conseguir muchas metas, y que desde el punto de vista dual, es decir basándonos en el subjetivismo y la comparación, el miedo normalmente está presente. De ahí que el Bodhisattwa, actúe libre de todo temor, pues posee el conocimiento y ofrece al hombre la Posibilidad Total, que es alcanzar el estado de Adepto.

Sólo el Adepto, el que ha realizado toda la vía, es el que no aprecia diferencias entre lo “manifestado” y lo “no-manifestado”, pues percibe la realidad absoluta que constituye la “Posibilidad Total”. Y esa es, podríamos decir, la gran oferta de la Misericordia divina de la Unidad: el poder estar en el Cero metafísico, estando en la manifestación, o, lo que es lo mismo, el poder existir, sin estar fuera de nada. Oferta que viene expresada directamente por la Iniciación. Y ahí, ese “Binomio indiferenciado” Dios-Verbo, se convierte en trinomio, pues entra en juego la tercera fase de la Divinidad, que sólo lo hace desde la manifestación, con la finalidad de exaltar la plena Sabiduría en el ser manifestado e introducirlo de pleno en la vía iniciática. Esta tercera fase de la Divinidad conocida como “Shiva” en la Trimurti hindú o como “Espíritu Santo” en el Cristianismo, opera desde la Tríada divina e indiferenciada, en la labor del “coagula” alquímico, el gran golpe espiritual que recibe el hombre y le hace percibir la realidad del Bodhisattwa: el saber estar a la vez, en la manifestación y en el Cero metafísico, es decir el trascender del espacio-tiempo y existir sin estar “fuera de nada”, con la plena consciencia de la inmutable permanencia en la “Posibilidad Total”.