Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

sábado, 14 de mayo de 2011

LA PRUEBA DEL ESPEJO, por H:. Graal

En cierto punto del ritual de iniciación al primer grado del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, el V:. M:. le dice al neófito: “No es siempre delante de uno que se encuentran los enemigos, los más temibles estan muchas veces detrás, ¡volveos! “. El neófito lo hace y ve su propio rostro reflejado en el espejo. Huelga decir que este gesto y estas palabras encierran profundas verdades que merecen una especial atención, como toda una doctrina espiritual relativa al simbolismo del espejo y al “conócete a tí mismo” de las antiguas iniciaciones mistéricas.
 Enemigo o adversario, en efecto, es lo que literalmente significa Satán en hebreo, el cual encarna proverbialmente la tendencia contraria al sentido ascendente de la realización espiritual, es decir, la que va hacia abajo. La personalidad “profana” encarna esta tendencia, y con ella el ego psicomental (ego-ismo, ego-centrismo, etc...), que hasta no ser “desenmascarado” por la luz de la iniciación y confrontado con la verdadera personalidad o Sí mismo del ser, permanece como una falsa identidad inconsciente, o mejor “subconsciente” (o “detrás” de la consciencia) en el hombre ordinario. En la cosmología hindú (Shankia) esta tendencia descendente está simbolizada por el Guna Tamas, cuya definición aglutina la fuerza de gravedad, la inercia, la ignorancia y la oscuridad. Es claro, en este sentido, que dentro del juego de tensiones generales que configuran al ser y al cosmos, esta energía,  necesaria e impersonal en el fondo, sólo representa un caso particular, pero siendo el estado “caído” el dominante en el hombre, es la que lo encierra más directamente dentro de los estrechos límites de su estado individual. En efecto, el peor enemigo es uno mismo pero en minúsculas, es decir, aquello que en él lo hace considerar “parte”, particularidad separativa, (algo independiente de todo y cerrado sobre sí mismo) por su identificación mental y psicológica con el estado corporal. En su límite extremo este pequeño “sí” o “mi” tiende a sofocar las más altas y verdaderas posibilidades del ser, el cual como sabemos, sólo es humano e individual en uno de sus estados.

Reafirmando la realidad más periférica, relativa e inferior del Sí mismo, consciente o inconscientemente se niega la más alta, absoluta e incondicionada, de ahí su caracter grotesco y estúpido igualmente proverbial del diablo. Como entidad cósmica -eminentemente psíquica- es llamado “Principe de este mundo”, es decir, del mundo psicomaterial del que está construida la individualidad perecedera de los seres, es en este sentido que es el más astuto de “entre los animales”, identificado con la serpiente bíblica, pero también el más estúpido con respecto a todo lo que cae fuera de sus dominios. De ahí que la “sabiduria de los hombres” se refiera evangelicamente a la suya, y la divina sólo la comprendan los sencillos y los ingénuos, y que sólo “volviéndose como un niño” es que se pueda acceder al Reino de los Cielos.
La fuerza de la gravedad es descendente y centrípeta, y entre los elementos la ilustran la tierra y el agua, cuyas tendencias son lo contrario del caracter centrífugo y ascendente del fuego y del dinamismo del aire. Es la energía que condensa, aglomera, cristaliza y coagula, es decir, materializa. Como el Plomo alquímico, simboliza el poder individualizador y restrictivo de la naturaleza y el cosmos, tan necesario al orden general del universo, como el principio opuesto y demás fuerzas y elementos. Es en relación al hombre que, no sólo esta energía sino el equilibrio constante entre todas las que lo conforman, puede bascular entre lo fasto y lo nefasto, entre un polo y otro de su propia naturaleza dual y creada, la que ignora su unidad o identidad verdadera, a la que ve escindida en partes inconexas que acredita como buenas o malas y que, efectivamente, así se manifiestan a un nivel, como energías destructoras o constructoras, separativas o unitivas.
Esto puede verse en el doble sentido del Pentagrama o Estrella Flamígera de cinco puntas, conocido símbolo hermético del Hombre regenerado o microcosmos cuando está al derecho, y del hombre caído o vulgar cuando está al revés, dibujando la cabeza del macho cabrío, animal sacrificial emblemático entre otros de Saturno (el Plomo alquímico). En relación al hombre es, en todo caso, la tendencia contraria a su unificación espiritual, tendencia adversa que incluye sobremanera la propia ambición de realizarla como un fin personal-individual y la posesión de poderes determinados, y que  igualmente y más aún, lo mantiene atado a los ignorantes afanes de este mundo. Pero también es el punto de inflexión, el punto de detención a partir del cual habrá de operarse la “inversión de la inversión”, que es en lo que se define en última instancia la “redención”; es aquel Caos alquímico o conglomerado amorfo del que habrá de surgir renovado y que le servirá de Materia de la Obra o Piedra Bruta.
En sus primeras fases, el proceso iniciático –masónico- incluye un pasaje por el “Gabinete de Reflexión”, que en términos alquímicos equivale a un retorno al Caos, al útero de la Madre Tierra del que todo surge, idéntico al estado de indistinción primordial –la Materia Prima- que una vez conseguido hará de “plano de reflexión” (perfectamente horizontal y “escuadrado”) del Rayo celeste o espiritual que habrá de convertir, como el “Fiat Lux”, el Caos en Cosmos. Este pasaje se describe precisamente como un “descenso a los infiernos” y como una Guerra Santa (Jihad) contra el adversario y sus dominios, es decir, contra todos los enemigos o tendencias dispersivas internas, antes de llegar a la resolución completa de todas las oposiciones. Es la Obra al Negro o Muerte Filosófica, que junto al “despojamiento de los metales” (o preformaciones mentales del individuo) debe realizarse para poder nacer de nuevo a otro estado (neófito) y cumplirse la verdadera Palingénesis. 

La Obra siguiente se llama al Blanco porque precisamente el ser se ha liberado de su “nombre y de su forma” individual, alcanzando el estado informal original que le corresponde una vez regenerado psíquicamente, dominio éste el psicológico que por dual es el único al que tiene acceso, decíamos,  el “Principe de este Mundo”. Habiéndose situado en el centro mismo de su ser, todos los límites, condiciones, tensiones y contradicciones propias del estado individual, las mismas del devenir perenne de todo lo creado, han desaparecido, difuminándose el sentido separativo que antes tenía la individualidad, y con él, la ilusión de concebirse como algo cerrado sobre sí mismo. 
Sin completar la Obra al Negro, dicen todos los maestros herméticos, no hay nacimiento psíquico ni espiritual posible, antes bien, lo más facil son resultados fallidos, abortos y teratomas que algunas veces se confunden monstruosamente con el ser original y que en todo caso representan un proceso de generación invertido, una individualización aún más cristalizada que al comienzo de la Obra. En este sentido, esa operación ritual de “volverse” o girarse para ver lo que hay detrás, y que es uno mismo reflejado en el espejo, incluye claramente un cambio de dirección de la consciencia, del exterior hacia el interior (la “metanoia” del método hesicasta ortodoxo). Es una revolución completa de la propia psíque o Mercurio –alquímico-, la cual sufre por parte del Espíritu o Azufre una verdadera “autopsia” (palabra cuyo sentido original es precisamente “ver por sí mismo” además del de “disección”que tiene vulgarmente). Este es un secreto iniciático muy importante en el que está involucrada la salvación y la liberación del ser, el cual ha de procurar por todos los medios de cumplir escrupulosamente con estas operaciones a menos de conformarse con ser una mera caricatura de sí mismo.
En relación al simbolismo del espejo, ha de decirse que, como todo simbolismo, no es sólo nefasto (espejismo, reflejo, vanidad, ilusión, etc...) sino también fasto, como aquí especialmente. Al igual que la dualidad es símbolo de la duda, la alteridad, la contradicción y la hipocresía, al mismo tiempo también lo es de la ciencia, la sabiduría, el reflejo y la reflexión. Como se dice en otro punto del ritual del primer grado: “debido a nuestra ignorancia asignamos un carácter dual a lo que en realidad es uno e indivisible, y debe por ello llevarse la dualidad a la unidad a través del número tres”, número el tres de la reconciliación de los opuestos, el primer número verdaderamente, ya que el uno y el dos por separados no producen nada.

En efecto, los modelos simbólicos, los textos sagrados, los ritos, la cosmología, etc... no son sino el espejo a traves del cual conocemos nuestra verdadera imagen, nuestra verdadera identidad, olvidada e ignorada. Precisamente, la ciencia de los espejos explica en buena medida la ciencia de los símbolos y el misterio de la manifestación universal, es decir, de la existencia, pues, gracias a ella lo inmanifestado se revela y se refleja a Sí Mismo y a ningún otro que a Sí Mismo realmente, aunque la aparente multiplicidad del universo y sus formas parezca desmentir su Unidad necesaria e indivisible. La materia del mundo es el espejo virginal que recibe la luz de las formas, las imagenes-prototipo que proyecta el Espíritu o Intelecto divino en la Mente cósmica, siendo ambos los dos aspectos complementarios del propio Arte del Gran Arquitecto del Universo.  Y el corazón humano no es sino el espejo donde confluyen Dios y el Hombre, donde uno contempla al otro en una unidad indecible. “Ni el cielo ni la tierra me contienen, en cambio el corazón de Mi servidor sí me contiene”, dice un conocido hadith del Profeta (slaws). El “Conócete a tí mismo”  griego, o el “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”  islámico, no hacen sino ilustrar ese misterio parecido al misterio del espejo. En todo caso, mientras no podamos conocer directamente la realidad tal cual es en sí misma y no tal y como se refleja en nuestra mente imperfecta, no podremos ver y conocer sino “como por enigma y espejo”, como decía San Pablo. Nosotros estamos en el espejo, somos el reflejo, pero de ¿Quién?