Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

miércoles, 22 de junio de 2016

NOTA: “SI NO HAY DIABLO NO HAY DIOS...”, por Manuel Plana

A menudo se oye decir esta frase: “Si no hay Diablo no hay Dios”... Y ésta parece ser, en efecto, la opinión de muchos, incluidos los que visten sotana, que colocan ambos al mismo nivel, sin darse cuenta de que al hacerlo relativizan lo más alto y magnifican lo más bajo dislocando los conceptos. Además, todos los contrarios han de resolverse finalmente en una unidad superior que los comprende como complementarios y no ya como contrarios. Entonces ya no hablamos de realidades absolutas y menos del Dios verdadero, sinó acaso de ángeles y demonios, de Devas y Asuras, de San Miguel y de Satanás, lo cual es otra cosa muy distinta.
La teología más elemental no ve al diablo como enemigo de Dios sinó del hombre, ya que Dios, siendo infinito, omnipotente y omnisciente no podría tener contrarios ni nada podría entrar en oposición con Él. Si tuviéramos que clasificar a todas esas entidades según su estatuto ontológico, veríamos que ángeles y demonios no pertenecen al dominio puramente espiritual sinó al anímico, al angélico, el mundo sutil del alma del que habla San Pablo: “Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas (insidias) del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas (aire).” (Ef. 6:11-12). 
En efecto, el llamado “Príncipe de éste mundo” no es solo “malo”. Si aparece como tal es sobretodo porque asume el papel de demiurgo o artesano divino que dispone los límites de este mundo, las leyes materiales según un planteamiento dual hecho de contrarios aparentes, que al interactuar “recrean” el fluir psicosomático del mundo como “corriente de las formas”, dentro de un sinfín constante de “coagulaciones y disoluciones”, un mundo en verdad evanescente, el mundo “sub-lunar” de los antiguos, el de la “generación y la corrupción”.  Por eso dice el Eclesiastés (1. 1-9): “Nada nuevo hay bajo el sol… solo vanidad de vanidades”. Y decimos contrarios “aparentes” porque es ese demiurgo mismo quién crea la ilusión de dualidad en el seno de la unidad misma, pues, no existe dualidad (sino es la propia ilusión de límite) ni contrarios irreductibles. Sin embargo, cuidemos de no personificar demasiado a esa entidad ni de proyectarla hacia fuera, en el “otro” porque, precisamente, la “otredad” es el efecto de la dualidad y el dualismo. En el propio concepto de “límite”, de finitud, de caducidad, está implícita la idea del mal y lo malo, pero si no fuera por ellos la manifestación, el mundo, el universo o la existencia condicionada y formal no podrían existir.
El demiurgo en verdad no es sino nuestro propio psiquismo, el que crea siempre dualidades, parcelas y límites ficticios allí donde en realidad no existe ninguno: es algo puramente mental. Porque la mente no es el espíritu, es decir, la verdadera consciencia integradora; sus principales funciones son binarias (relaciona, compara, incluye, excluye…) es discursiva, o sea temporal, y perfectamente formal. Su inercia siempre separa al sujeto que conoce del objeto conocido, siempre crea una separación entre “yo” y lo “otro” sin apercibir que el acto mismo de conocer es una perenne conjunción de opuestos. Es una especie de anteojos o lente reflexiva, muy útil y preciosa, pero también altamente peligrosa que debe conocerse y saberse usar si no se quiere acabar siendo un verdadero lacayo, un esclavo suyo inconsciente y atemorizado por sus propias encerronas duales.
Mente, demiurgo y diablo son una misma cosa con respecto a la persona humana. 
El diablo, palabra que procede del griego diaboleín significa precisamente separar; es aquello que divide, tal y como a la inversa la palabra symboleín (símbolo) significa juntar, unir: es todo aquello que une. La dualidad separa, (1) la unidad une, pero en cualquier caso todo eso son operaciones mentales que vemos directamente expresadas en la función analítica y en la de síntesis del intelecto sujeto a lo mental, pues nada en verdad está separado de nada, por lo tanto tampoco habría que unir nada con nada distinto. La aparente dualidad del mundo es tan solo una cuestión “epistemológica”, de “percepción”, de punto de vista, en absoluto es una realidad “ontológica”… “realmente” no existe.
El diablo no es sino un aspecto del mismo principio de ignorancia, ya implícito en el plan divino, que se expresa de muchas maneras, principalmente, hemos visto, creando dualidades ilusorias donde no las hay (2). Ese principio de ignorancia crea igualmente la idea de una identidad fijada en lo material, en el cuerpo, la individualidad y lo mental, la idea de un ego distinto y exclusivo, un supuesto sujeto (que se confunde con el “objeto” corporal) que se atribuye todas las acciones incluida la de existir… y al mismo tiempo concibe a Dios a su imagen misma, es decir, un Dios personalizado.
 El mal no existe sino como ignorancia egocéntrica, como locura o enfermedad; sólo existe el bien, el mal es el bien ignorado, confundido, malentendido, amnésico, que no mira sino desde la ignorancia, el amor o interés propio y el orgullo.
El diablo personifica de manera bastante “folclórica” esa tendencia de la ignorancia humana hacia la sinrazón egoísta y perversa, y también autodestructiva, pues, la negación del bien acaba negándose a ella misma. Hablar del mal en términos morales con respecto al dominio cósmico o el reino animal, por ejemplo, no cabe, simplemente no existe. Pensar en términos duales irreductibles, crear antagonismos por ignorancia, orgullo o interés particular, es el verdadero diablo y el verdadero mal, producto de la ignorancia congénita. Ese es el “misterio de iniquidad” que tanta tinta ha derrochado sin aclarar demasiado su verdadero estatuto, pues, decíamos, forma parte del plan divino. Mientra haya dualidad habrá bien y mal relativos pero nunca “absolutos”.


1.- Eso también significa la palabra análisis, separar, disolver, lo contrario de síntesis.

2.- En un libro: El perennialismo a la luz del Islam, su autor Samir Hariche, de manera increíble e inexplicablemente, afirma que el diablo es en realidad todo aquello que aparece como “no-dual”, es decir, la no-dualidad misma, pues la dualidad es real y buena, nos permite diferenciar, distinguir… lo no-dual, en cambio, nos confunde… 
Es patente que el autor no tiene la menor idea de las más elementales nociones de metafísica tradicional ni tampoco de la islámica, pero evidentemente no lo sabe creyéndose un verdadero erudito…