Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

sábado, 12 de septiembre de 2015

DIÁLOGOS INTERRELIGIOSOS Y FANATISMOS MODERNOS (*), por Manuel Plana

A partir de cierto momento y para hacerse inteligibles a la mayoría de los hombres, las realidades espirituales se han tenido que adaptar a formas de expresión que, en el curso de los tiempos, se acomodaran de manera diferente al horizonte intelectual de la mentalidad general, fluida y mudable como las circunstancias cíclicas y también propensa al olvido. En eso consisten precisamente todos los “exoterismos”, sean religiosos o no, la versión “externa” de una tradición metafísica encarada a lo social y dirigida a la mayoría. Lo esencial de una doctrina o verdad espiritual se reviste a veces de una simplicidad expresa, de clichés formales comunes para ser accesible a la comprensión de todos y un modo efectivo de participación en lo sagrado. 

La expresión directa de esas realidades por parte de Enviados y Profetas a quienes se han revelado ya debe acomodarse a ello; Jesús habla claro y directamente a los apóstoles, pero a la mayoría en parábolas, para que “oyendo no oigan y viendo no vean”(Marcos 4:12. Lucas 8:12); Muhammad (slaws) afirma que si hablara abiertamente de las verdades que le han sido reveladas, la muchedumbre lo lapidaría; y Moisés destruye las primeras tablas de la Ley al constatar la incomprensión y degradación de su propio pueblo, cosa que habrá de persistir durante toda su misión obligándole a modificar mediante unas segundas tablas la primera revelación. 
Para posibilitar tal adaptación sin desvirtuar el contenido del mensaje siempre se ha recurrido al símbolo y al lenguaje simbólico (ver el mito) y a la hermenéutica espiritual para interpretarlos, ya que el símbolo puede incluir muchas lecturas, incluso contrarias, que deben adaptarse sin confusión a su debido nivel; él las integra todas armónicamente en una jerarquía natural que va del sentido más interior, espiritual, sutil, sintético y elevado, al más exterior, común, inmediato y literal.

Uno de los signos más evidentes de los tiempos actuales es el pensamiento materialista, tanto ateo como religioso, y su difusión a la mentalidad general no sólo en el mundo occidental sino a todo el orbe. En materia de religión el materialismo se manifiesta especialmente como “literalismo”, fundamentalismo, integrismo, dogmatismo, es decir, como la imposibilidad de ir más allá de la letra y de captar de la tradición sagrada (la Revelación) sus sentidos más sutiles, profundos y esenciales que el puramente moral, sentimental, historicista e incluso político, fácil de manipular hacia la credulidad y el fanatismo. 

Este materialismo crea también un tipo de deísmo antropomorfo con o sin imagenes, que no es sino una caricatura del verdadero Ser Supremo. Sin llegar a ese extremo pero sin librarse de contradicción, no pocos hebreos, musulmanes y cristianos, por ejemplo, que a excepción de los últimos aborrecen representar la divinidad en imágenes y menos de modo antropomorfo, no dudan en cambio en proyectar a esa divinidad misma todo el conjunto de pasiones más o menos oscuras que definen lo humano: la ira, la venganza, los celos o sus contrarios, la compasión o la valentía, pasiones duales de las que está forzosamente exenta la Unidad divina, que no hace acepción de personas.

Si en materia de política social o filosofía de vida el materialismo ya supone una grave anomalía, en materia de religión (2) y de convicciones profundas la cuestión puede ser explosiva: dogmatismos, exclusivismos, sectarismos y partidismos brotan en cadena. Si a eso se suma el enorme poder de sugestión que tienen hoy en día los poderes mediáticos a merced de los intereses más oscuros, el conflicto de religiones, culturas y costumbres está servido. 

¿Cómo paliar esta situación? El diálogo, la comprensión mutua, la tolerancia, el entendimiento, la educación sobretodo, parecen ser los únicos medios disponibles, (es decir, la paciencia y la buena voluntad). No obstante, cuando y donde tiene que ejercerse la tolerancia es siempre dentro de una situación incómoda, tensa o conflictiva. ¿Por qué ha llegado a ser conflictiva? Necesariamente por cuestiones de entendimiento y de supremacía espiritual en asuntos de fe y de ley religiosa. Pero ¿se es consciente de las consecuencias que conlleva el exclusivismo religioso que reclama, por ejemplo, cada una de las tres tradiciones del Libro, siendo hermanas surgidas de un mismo tronco, de un mismo linaje? ¿Desde qué perspectiva espiritual se han de interpretar los símbolos de las verdades metafísicas para comprenderlas bien y educar a las generaciones? 

Aquí se yuxtaponen dos modelos muy distintos de pensamiento y de civilización, el tradicional-religioso y el moderno. Pero también ha de considerarse hasta que punto el primero está hoy en día contaminado por el segundo. Las concesiones a la modernidad por parte de los oficialismos religiosos ha sido importante en muchos aspectos, como el político, el nacionalista, el científico, hasta aceptar, incluso, teorías que niegan directamente los principios metafísicos mismos de su fe.

Las religiones propiamente dichas, los “exoterismos” tradicionales, poseen dogmas de fe y formalidades rituales, usos y costumbres muchas veces incompatibles entre sí; lo que para una es bueno o inocuo para otra es abominable o ineficaz, y a la inversa. El caso más claro lo vemos en las citadas religiones. Las tres predican un mismo y único Dios, un mismo y único Espíritu universal, una misma realidad unitaria de la que todo procede y todo sustenta. Todas tienen a Profetas y Enviados preeminentes que se reclaman de un mismo linaje espiritual (Abraham). Sin embargo, y a pesar de esa comunión de principios y linaje, en sus formas respectivas se reprochan mutuamente cuestiones de fe y de doctrina, y se contradicen en muchos puntos importantes, negándose mutuamente la infalibilidad aunque ejerzan entre sí, dicen, el protocolo de tolerancia. 

A nivel “formal”, los exclusivismos religiosos son quizá necesarios, pues, validar desde una religión como iguales a todas las demás, es alentar de algún modo y sin querer un confesionalismo “a la carta”, en detrimento de ella misma. Pero ha de reconocerse en cualquier caso que este reclamo de monopolio espiritual, de exclusividad, ha de poder ser legítimo en “todas” y cada una de ellas por lo que tienen de auténticas, y no sólo exclusivamente de alguna en particular. Ahí hay una contradicción que ninguna puede explicar convincentemente sin salir de su propio ámbito; y de ello, sin duda, han surgido muchos de sus enfrentamientos fraticidas a lo largo de la historia, sin olvidar tampoco que muchas guerras y violencias llamadas ahora de “religión” no lo son en absoluto sino un puro disfraz para enmascarar las intenciones a veces más pérfidas  y bien poco espirituales.

Los dogmas o el punto de vista “dogmático” de las verdades espirituales son la afirmación de un aspecto real de la Verdad y de su carácter inamovible, pero tanto más universal es la verdad o el aspecto de la Verdad, tanto más susceptible de incluir significados diversos e incluso, decíamos, opuestos. Y es cierto que las verdades cuanto más universales más axiomáticas, pero no desde luego más restringidas, “morales” ni dogmáticas, pues su propia universalidad abarca eminentemente, repetimos, perspectivas diversas y en apariencia opuestas, precisamente por su carácter eminentemente no-dual e integrador. Superar esas oposiciones o dualidades contrarias es pasar, precisamente, del dominio “exotérico” al “esotérico”, del religioso al iniciático. Hemos visto que Jesús hablaba “directamente” a los discípulos, pero al vulgo en parábolas…

Lo universal se puede particularizar (individualizar) hasta cierto punto, y en materia de Revelación igual, pues cualquier revelación verdadera es, ciertamente, una “forma” pero también un todo en sí misma y no sólo una parte, “porción” o una simple “imagen” de la Verdad, sólo que esa Verdad no es “particular” ni relativa, por cierto, continúa siendo universal dentro mismo de esa aparente particularización que representa cada una de las religiones por su dimensión formal. La diferencia entre religiones, es decir, entre sus respectivas formas, la da su propio enfoque del Infinito. Pero como el Infinito es inefable, dicho enfoque debe reposar siempre en uno u otro de sus principales aspectos, que no por principales son pocos. Cada forma religiosa o tradicional reafirma, precisamente, alguno de esos aspectos por sobre los demás. Una verdadera autoridad espiritual eso lo sabe y no podría descalificar a otra religión por cuestiones formales sino estrictamente metafísicas de coherencia interna.

La Verdad última (y primera), la cual no es otra que Dios mismo, es en sí inefable e informal, aunque sea fuente de todos los lenguajes y de todas las formas; si puede expresarse de algún modo, indirecto pero eficaz es, decíamos, a través del lenguaje simbólico (las lenguas sagradas originales lo son). Formal y racional él mismo, el símbolo sagrado es también sintético e intuitivo al referirse siempre a realidades superiores mediante formas conocidas; pero el significado literal, formal, moral e historicista del símbolo, aunque forme parte del mensaje y tenga su papel simbólico en él, es el más relativo desde el punto de vista espiritual. Los propios ritos exotéricos tienen una lectura y un alcance operativo mucho más profundo que su mero aspecto humano congregacional, ceremonial y ecuménico, es decir, social. La historia sagrada coincide siempre con la vulgar. Y es por eso que no son los fenómenos lo más importante en sí sino los prototipos y signos divinos que se manifiestan por ellos recurrentemente, dándole sentido a la historia misma, recreándola. De ahí que no se pueda “nacionalizar” una religión sin pervertirla. Al “historificarla” demasiado pierde su sentido eminentemente trascendente y eterno. 

Literalizar algunas formas de expresión simbólicas de la verdad sagrada, haciendo de ellas versiónes monolíticas e “intocables” del Espíritu, convertirlas en leyes implacables que juzgan lo que es “objetivamente” puro o impuro, en puritanismos represivos, proviene de no comprender la infinita riqueza de la Realidad divina, de su misericordia no dual, de su grandeza e inmensidad, pero también de no conocer en absoluto la verdadera naturaleza humana. El peligro de traicionarla consiste en darle una “forma” demasiado humana e “interesada”, convirtiéndola en una “ídolatría”. 

“La letra mata, el espíritu vivifica”, decía San Pablo. El integrismo literalista confunde los medios con el fin, el símbolo con lo simbolizado, niega el mensaje quedándose con el mensajero, desprecia el regalo prefiriendo el envoltorio. Lo cual ocurre cuando ya no se comprenden ni se saben explicar ciertos “misterios” o aspectos profundos, substituyendo esa ignorancia, esa impotencia intelectual, por un moralismo o formalismo literal, acartonado e infantil, o sea, neurótico: y surge el fanatismo, forma grosera de un sentimentalismo oscuro e instintivo, ignorante e individualizado, además de gregario, actitud que niega directamente, además, los principios religiosos mismos que dice defender y pretende imponer. La confusión entre el símbolo y lo simbolizado es lo que se entiende por “idolatría”, y un estigma que deriva de ello, muy común en las instituciones religiosas, es confundir la teología con la metafísica y el moralismo o la ética con la espiritualidad. 

Si algún conflicto puede haber entre religiones es ciertamente más de forma que de fondo; pero quizá no hay líderes de altura que pudieran arreglar alguna cosa partiendo más del “fondo” que de la forma. Lo cierto es que las actitudes humanas que pretenden “salvaguardar” o “proteger” sus propias formas religiosas desde  la ignorancia resabiada de su verdadero acerbo espiritual, substituido por un integrismo fanático y exclusivista, van hasta la destrucción de todo aquello que no se ajusta a su visión y, sobretodo, a sus intereses. 

Sin bajar la guardia del “ego” pretendidamente religioso, siempre desconfiado y a la defensiva de un probable enemigo “que no piensa como yo”, es muy difícil otra actitud. No obstante, si se sospechara siquiera la meta única de todo conocimiento, devoción o piedad espiritual; si se tuviera una mínima comprensión del verdadero Sí Mismo divino, se verían concordar admirablemente las formas más opuestas de decir y vivir lo mismo. Pero la mentalidad religiosa no es la “experiencia” espiritual, del mismo modo que una creencia, una pasión o una opinión no es una certeza.

    Por imperativos cíclicos, si muchos han olvidado que las propias religiones ya suponen una “reducción” metafísica, una adaptación tradicional necesaria, una explicación más sencilla y “apta” para todos los públicos de la profunda e infinita Realidad espiritual, el fenómeno de las sectas y facciones surgidas del literalismo ha terminado por usurparlas, creando dentro de las propias religiones auténticos sub-productos, sucedáneos y mutaciones. Por muy bien disfrazado que esté de “ortodoxo”(1), ningún fanatismo radical en absoluto representa la verdadera espiritualidad de la religión que adopta, aunque muchos medios de comunicación e intereses políticos pretendan asimilarlos y hacerlo creer a la opinión pública, nunca tan perversamente manipulada como hoy en día. El fanatismo de esta índole, en lo que tiene de pseudo-religioso, no es obra sino de la más grosera ignorancia de la realidad espiritual, de la deformación mental y de las intenciones más abyectas e interesadas de algunos de sus militantes. Y no se dude de que la principal víctima de esas conductas es la propia religión, cuyas verdades más sublimes quedan mancilladas y traicionadas por aquellas.

    La pésima interpretación de los símbolos y doctrinas sagradas por parte de los hombres no es responsabilidad de la forma tradicional en cuestión. Y bien es cierto que la “burocratización” y el  “monolitismo” uniformizador de una tradición, religiosa o no, supone, como sus supersticiones, una fase ya avanzada de su decadencia o esclerosis espiritual, es decir, de su falta de comprensión y vivencia. Eso es lo que reprocha Moisés a Faraón y después a los seguidores de Coré, Datán y Abirón; lo que reprocha Jesús a los “maestros” del Sanedrín y Muhammad (slaws) a los idólatras de la Meca.

Literalismo, dogmatismo, integrismo o nacionalismo religioso, todos son sinónimos de una misma ignorancia espiritual egótica, separativa, exclusivista y enfrentada siempre a un supuesto “enemigo” que necesita para fortalecer el precario sentido de unidad interna de su gregarismo sectario (“la unión hace la fuerza”), ignorancia disfrazada de ortodoxia que pretende imponerse como modelo al considerarse ella misma como tal. (3) 

Si la letra no se vivifica permanentemente, si no se desvelan sus luces más profundas y verdaderamente “salvíficas”, el espíritu se retira dejándola hueca de significado. No queda entonces sino una cáscara vacía, una lista de obligaciones y derechos, de beneficios y pérdidas, de premios y sanciones de tipo moral en este y el otro mundo, es decir, psicológicos o ”bio-emocionales”. “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Pero esta Palabra es mucho más que retórica moral y prescripciones legales, sino enseñanza espiritual basada no solo en la unidad entre los hombres, sino entre el hombre y Dios. 

Mientras la espiritualidad “oficial” y las religiones no sobrepasen el mero nivel sentimental y moralista de su propio acerbo sagrado, mientras no se extraiga de la letra sino fórmulas literales, prescripciones “éticas” y consolamientos, mientras sea una mera cuestión de piadosa creencia, fe u “orgullo” de pertenencia espiritual y no el eje invisible que vertebra al hombre en todas sus dimensiones orientándolo hacia su verdadera realidad infinita, dependerá simpre de algo frágil, utópico y endogámico. También se resentirán los argumentos que tendrían que sustentar una posición de unidad en los diálogos interreligiosos, que servirán, quizá, para estrechar lazos momentáneos de tolerancia entre pequeños sectores, pero no acabarán con la graves situaciones que se producen continuamente en muchas partes del mundo en permanente conflicto. También, entre otras cosas, porque muchos de estos conflictos, decíamos, sólo tienen un disfraz religioso, como sus grupos de fuerza y/o armados, mezcla de afán de poder, caricatura y esperpento criminal.

Una aproximación no es fácil porque ya mismo no pocos representantes “oficiales” de las diversas religiones carecen de una verdadera cualificación espiritual y de una comprensión profunda de lo que representan (4); sea porque ellas mismas, las religiones, están divididas en su seno por sectores contrarios difíciles a veces de armonizar. 

En suma, hoy en día, todos los esfuerzos de mutua comprensión y cortesía son pocos para subsanar los problemas de incomprensión que producen las diferencias, la ignorancia y el conflicto de intereses, esfuerzo que tendría que empezar con dar ejemplo de concordia y de coherencia las propias religiones, perfectamente capaces de hacerlo siendo depositarias de verdades eternas y de modelos salvíficos universales, y también de ejercer una justa crítica a los desmanes sociales. Y, sobretodo, que formara parte de la educación en las escuelas, educación basada no en la “tolerancia” sino en la comprensión, el respeto y el conocimiento mutuo, es decir, en esa Unidad ideal que tanto predican las religiones. En cuanto a los representantes religiosos más influyentes, ponerse de acuerdo antes de nada sobre a qué Dios rinden culto realmente, si todos al Mismo o cada cual al suyo.


 *.-  El texto, publicado en catalán en la revista Relats (2006), ha sido traducido en castellano ampliándose levemente algunos puntos.

1.- Siendo la definición puramente formal y exterior de una doctrina metafísica, todo exoterismo, religioso o no, tiene competencia en la aplicación exterior de la Ley sagrada, su doctrina y sus ritos, pero carece de competencia absoluta en asuntos de ortodoxia metafísica e iniciática; antes bien, es la espiritualidad iniciática y sus representantes la que detenta  (o tendría que hacerlo) tal función o autoridad.

 2, Y en religión, el culto a un dios antropomorfo y personalizado, practicamente humano, y la fe en la supervivencia eterna del ego individual

3.- También es cierto que muchas reacciones totalmente legítimas por parte de sectores exotéricos y también esotéricos tradicionales, ante abusos de todo tipo y en especial los urdidos por intereses claramente antitradicionales, se manipulan para presentarlas a la opinión pública como expresiones del radicalismo religioso o incluso del “terrorismo”, con lo cual pagan justos por pecadores, saliendo beneficiados siempre los que más les interesa mantener un clima general de caos y tensión permanente.

4.-  Recientemente un hermano nuestro comentaba el encuentro con un compañero de seminario de la época juvenil, ahora obispo católico en una comunidad autonómica española, y de un tema que surgió casualmente entre ambos, por cierto, el del doble lenguaje de Jesús, el “directo” con los apóstoles y en “parábolas” a la muchedumbre. El obispo admitía no haber prestado nunca atención a este pasaje, tanto como que él mismo sólo conocía el lenguaje de las parábolas, el propio de la iglesia.