Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

domingo, 20 de mayo de 2012

NOTA SOBRE LA ASCESIS MASÓNICA, por H:. Graal

Un tema que atañe directamente a todo iniciado y a la entidad grupal que lo acoge en su seno, es la ascesis espiritual, es decir, la efectivización de los grados que posibilitan la realización metafísica, que no es sino la consciencia efectiva del verdadero Sí-mismo, o dicho de otro modo, el reconocimiento de la verdadera Identidad. La palabra ascesis (del griego askeo: me ejercito, practico, ejerzo…) se toma a menudo en el sentido de “ascenso” con el que nada tiene que ver, confusión que aquí, empero, reviste poca o ninguna importancia sabido que la vía espiritual coincide precisamente con un ascenso por los estados superiores del ser; pero el sentido literal vemos que no es ese sino el de llevar a la práctica, actualizar, que es lo propio del rito efectuado conforme al orden de los principios, aunque en ese sentido tampoco deben confundirse los medios con los fines.  

La peregrinación hasta el centro, que incluye el pasaje por el laberinto (ritualizado por los tres viajes iniciáticos del Aprendiz –Agua, Aire, Fuego-  más la prueba de la Tierra en el Gabinete de Reflexión) necesario a su regeneración anímica, no es un proceso exactamente homogéneo, ni continuo, ni lineal, ni uniforme, porque no es un movimiento cuya direccionalidad sea exclusivamente horizontal. Es continuo pero con discontinuidades, es homogéneo con altibajos y es uniforme pero seguido de ciclos diferentes. Además, el tránsito laberíntico incluye perderse y encontrarse, aproximarse al centro para después alejarse y viceversa según los diferentes meandros de su diseño, idénticos a la propia estructura anímica del ser individual. Como todo ascenso (el de la montaña del Purgatorio o del Paraíso), implica el paso por puntos que no se encuentran en el mismo plano.  El salto de uno a otro se produce por rupturas o cambios de nivel; cada uno es, dentro de un mismo estado -el humano aquí- una muerte y un nacimiento que, por pequeños que sean, sitúan al ser en otra perspectiva ontológica de sí mismo; estas rupturas actúan como catarsis (purificación) regeneradora y fácilmente desencadenan crisis y recapitulaciones en la estructura psíquica del individuo, la cual es, de hecho, la materia de la Obra, la Piedra Bruta que devendrá después Cúbica y Cúbica en Punta. 


Siempre la muerte (resolución, disolución, contracción o "comprensión") efectiva a un plano (estado o modo de ser), reduce a ese ser a un punto en relación a él, no un punto cualquiera de ese plano, sino en el punto central del que emana –y se resume- toda su extensión. Se convierte en la máxima potencialidad original de ese plano, por lo tanto en el embrión (germen o semilla) de otro nuevo.  Dentro de la serie indefinida de estados, ese punto es la “huella” (en la extensión horizontal o estado particular de ese ser) del Eje del Mundo, que los atraviesa a todos (como el hilo a las perlas del collar citando al Bhagavad Gîta) manteniéndolos en cohesión constante, y ya se sabe que el pasaje de uno a otro mundo, de uno a otro estado, es siempre por el “centro”. El Eje (Axis Mundi) es la Plomada del G:. A:. D:. U:.  que pende de la Estrella Polar hasta el centro de la logia (señalado por el Cuadro de Logia en medio de las Tres Luces) o de la Tierra, y en lo microcósmico, desde la coronilla hasta el centro de la base de la columna vertebral. 

En relación a un ser, ese embrión espiritual (que reside en la Cámara del Medio), al que no afectan los cambios psicosomáticos (ni las coagulaciones y disoluciones exteriores) es, sobretodo, lo que ese ser era antes de nacer y lo que será después de morir, pero igualmente lo que lo mantiene constantemente unificado con el principio y todo a lo largo de su ciclo vital.  De ese estado (ni diferenciado ni indiferenciado del todo) no hay consciencia distintiva porque la consciencia es una de sus manifestaciones y una sola cosa con él.
Todo cambio de estado supone un paso por esa puerta, y ya se sabe que siempre se produce en la oscuridad, en la tiniebla de lo potencial, del germen, que debe morir en el antro terrestre para dar fruto, a decir del maestro Jesús. 

Para toda configuración dada, para todo complejo viviente o concepción asumida de la realidad, ese retorno al centro y a la potencialidad (que aquí es la muerte iniciática que se produce siempre de una u otra forma al pasar de uno a otro grado) supone su disolución, su disgregación, un retorno al caos y al estado de indistinción original, reproduciendo el proceso contrario y perfectamente inverso al de su formación-creación. Esto puede vivirse de varias maneras, y de hecho igualmente existen grados; a grandes rasgos, se experimenta primero como toma de consciencia de una confusión de elementos que, en la medida que se estabiliza, aboca en un reordenamiento conceptual basado en un código nuevo de valores, y después a una harmonía activa entre las tensiones internas resultante de centrar la atención; psicologicamente lo produce la muerte al ego, entendido como entidad mental separativa y cerrada sobre sí misma, siendo realmente el “ego” tan sólo un concepto. El vacío que queda –de identidad egótica y de contenidos mentales groseros- supone un punto de llegada y también de partida, un punto de inflexión a partir del cual se accede a otros estados situados fuera del estricto mundo de los límites y condiciones individuales. 

El Yin o máxima contracción se ha producido; se ha abandonado todo un mundo profano de falsas ilusiones y conceptos gracias al recurso del hilo de Ariadna del Conocimiento y a la práctica del despojamiento de lo falso e inútil; pero el “nuevo mundo” no se ha conquistado aún y todas la referencias que de él se tienen son negativas en el sentido de que no es nada de lo que pueda suponerse o imaginarse con los datos del “viejo mundo”. En ese estado, el ser se encuentra como suspendido entre dos tinieblas, caos o noches, siguiendo la terminología sufí, es decir, “colgado” entre dos mundos (los informales superiores y los formales inferiores). Y puede permanecer así indefinidamente si en ese punto no se aplica una renovada atención a la Obra, hasta que el equivalente interno al Fiat Lux no ilumina todas sus posibilidades según un orden nuevo y definitivo, es decir, metafísico, del que el orden antiguo no es más que un reflejo invertido.  

En efecto, para pasar a la plenitud de un nuevo estado debe concretizarse un nuevo Yang, una nueva expansión capaz de irradiar las posibilidades contenidas en el germen espiritual al que se ha accedido gracias a aquella contracción y que, como en el huevo, todo está unificado pero sin diferenciar. Las conocidas divisas masónicas Ordo ab Chaos y Post Tenebras Lux, toman entonces un sentido distinto al que tenían al principio. Este caos y estas tinieblas no son ahora las del mundo profano, sino las del alma disuelta o rectificada (Piedra Cúbica), pero aún no transformada (o exaltada) en Piedra Cúbica en Punta. El plano de reflexión –la base del Templo- ya ha sido dispuesto, y a partir de él se ha edificado (elevar paredes) con el concurso de la Escuadra  y la Plomada, pero falta culminar la bóveda y la Clave de Bóveda. En la alquimia hermética, llegada la Obra al Blanco y para llevarla a la perfección del Rojo y el Oro, debe aumentarse tan sólo el régimen del fuego (el Fuego Filosófico), fuego que aquí es una Fuerza espiritual combinada a la acción de la Sabiduría y la Belleza masónicas. (1)

Ya se sabe que este programa es operativo y no algo meramente “teórico”, y también sabemos que el marco de posibilidades reales que ofrece ahora la masonería actual difícilmente podría satisfacer todo el programa señalado, aunque todo su simbolismo esté presente en ella. Pero también es cierto que como tales, los fines de la iniciación se apoyan en el conocimiento de unos principios invariables, conocimiento sin el cual ¿sobre qué tendríamos que operar y quíen tendría que hacerlo?, pues. “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmos 127, 1). O: “Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento.” (Oseas 4. 6.)  Ciertamente, la teoría aquí es un medio y no un fin –como la praxis- pero conviene situarla también donde se merece, pues, su lugar es “al principio”, y es el principio quien, como los planos de un edificio, determina su estructura final, lo que no es distinto en lo que concierne a la iniciación y a la realización espiritual. 

La Gnosis como doctrina y en su aspecto de expresión simbólica del conocimiento de la realidad metafísica  (universal y No-dual), sobrepasa con mucho a la razón en tanto conocimiento discursivo, es decir, sucesivo, pero en absoluto es irracional ni desprecia tampoco a la razón –antes bien, la ordena y la lleva a sus confines- , como tampoco la apariencia sucesiva y discontinua del tiempo elimina su realidad continua y simultánea, ni la apariencia individualizada del mundo su realidad unitaria, al menos para aquellos que “tienen ojos para ver y oídos para escuchar”. La propia etimología de la palabra teoría, (de Theos), indica su carácter revelado, así como el sagrado y sacrificial, es decir, transformador, de su acción, pues, literalmente significa contemplación, y es esa etimología la que legítimamente la identifica con la verdadera Gnosis. Es claro que aquí no le damos a la palabra teoría el sentido vulgar, ni la asociamos exclusivamente con el sentido especulativo filosófico-racional que adopta normalmente, incluso en la Masonería, sino que la identificamos con la propia doctrina espiritual. (2)

Parte de este recelo hacia el conocimiento teórico viene, primero, como reacción a la tendencia, por cierto muy moderna, a divorciarlo de la praxis o el método ritual y a darle una supuesta autonomía con respecto a ellos ( y a la inversa, también, a la praxis como “técnica” una importancia desmedida y autónoma), lo cual nunca ha sido así en las tradiciones iniciáticas regulares, entre otras cosas porque el conocimiento y la meditación de los textos sagrados son ellos mismos una praxis y un método inicial tanto como un rito de carácter iniciático y no un mero consumo mental (incluso en el Zen, tan poco “intelectualista” y literario, la lectura y meditación de los Koans es una praxis ritual común); y después viene también de confundirlo, veíamos, con el mero conocimiento especulativo y racional, con el “intelectualismo” profano y la erudición escolar ordinarios. Pero otra cosa es la enseñanza simbólica, que si bien es teórica en el sentido de que no es un conocimiento directo sino mediato o reflejo, no se basa exclusivamente en el análisis de la razón sino sobretodo en la síntesis de la intuición intelectual, siendo además la clave de todos los lenguajes verdaderos y de todos lo códigos simbólicos. El lenguaje de la lógica, especialmente la que se apoya en axiomas matemáticos o geométricos, es también eminentemente simbólico a pesar de formularse en términos necesariamente discursivos; esa característica discursiva o dialéctica, común al lenguaje ordinario no lo hace menos simbólico, incluyendo todas las analogías de que es susceptible esa simbólica, ya que por discursivo que sea, el lenguaje nunca puede prescindir de símbolos ni dejar de ser simbólico. Eso es decir que en toda forma de lenguaje existe siempre implícito un metalenguaje susceptible de captarse de manera intuitiva. 

El H:. Esfinge (René Guénon) es muy explícito con respecto a este verdadero conocimiento: La metafísica afirma la identidad fundamental del conocer y del ser, y como esta identidad es esencialmente inherente a la naturaleza misma de la intuición intelectual, ella no sólo lo afirma sino que la realiza.  (Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes). No obstante y por ello mismo, recordemos que por Gnosis o verdadero Conocimiento siempre hay que comprender aquí no la cosa aprendida por las palabras o los escritos ajenos, que son un soporte teórico y simbólico suyos, sino, sobretodo, la experiencia iluminadora vivida en el interior de uno mismo y sentida como una evidencia, como una revelación y como una certidumbre absoluta; y es por ello que el Shivaismo Cachemir denomina Pratyabhijña (liter. reconocimiento, recognición), al verdadero conocimiento del Ser por el Ser mismo, sin traza de dualidad y sin interferencias mentales, por un acto intuitivo directo, cosa que no pasó desapercibido a la escuela platónica –ni a cualquier tradición verdadera- que viene a decir lo mismo a propósito de la Anamnesis, reminiscencia o rememoración de la esencia por la esencia misma del ser, pues, también según Platón y la escuela socrática, el verdadero conocimiento es un reconocimiento intuitivo, la captación súbita de aquello que habíamos olvidado, es decir, de aquello que somos realmente, y no una operación memorística, sucesiva y acumulativa de datos externos, ¿no decía el propio Aristóteles que “conocer es ser”? 

En cuanto a la realización propiamente dicha y hablando de la eficacia inherente a los propios ritos, tan importante sobretodo en este caso, nunca ha quedado tampoco demasiado claro (ni siquiera en Guénon) si es que ellos mismos y su fiel reiteración gestual la suponen de modo infalible como elemento verdaderamente operativo per se o bien, sobretodo, por la consciencia efectiva de su significado y alcance por parte de quien los interpreta, dirige, transmite y cumple. Se habla siempre de “revivificar” el sentido último de los ritos y los símbolos, lo cual parece indicar que, si bien ellos son portadores de un poder iluminador lo suficientemente operativo para despertar las potencias espirituales del individuo, no menos pueden convertirse en un gestualismo teatral vacío de contenido (ceremonialismos) si éste mismo sentido o sentidos se ignoran por completo o se confunden con cualquier otra cosa por parte de aquellos que lo practican. Y es por ello que siempre han coexistido una tendencia ritualista y otra anti-ritualista –más o menos extremas- en el seno de muchas tradiciones. 

Por último y dada la propia característica “especulativa” de la Masonería contemporánea y también de las posibilidades reales de la gran mayoría de individuos, es fácil que de sus  símbolos y ritos: “Pueda poseerse sólo la forma exterior, la letra y no la comprensión; en Masonería, como en todas partes, hay bajo este aspecto, muchos llamados y pocos elegidos, ya que solamente a los verdaderos iniciados les está dado aferrar el espíritu íntimo de los grados iniciáticos. No todos llegan, por otra parte, con igual éxito; muy a menudo apenas logran superar la ignorancia esotérica sin marchar de manera decidida hacia el Conocimiento integral, hacia la Gnosis perfecta.” (La Gnosis y la Franc-Masonería. La Gnose, Mayo 1910. Firmado por Palingénius –René Guénon-). 


1.- Se trata, en suma, de: "destilar las apariencias deshaciéndose de las trabas del espacio y el tiempo (desha y kala), y la causalidad (...) de suprimir todos los modos lógicos y racionales del conocimiento. La vía del Jnana es esencialmente la del advaita (no-dualidad); obliga al adepto a descartar todas las formas de dualidad incluyendo la de su propia personalidad individual como jiva (o jivatma y sus cinco koshas o envolturas). Le exige convertirse en un testigo neutro e indiferente de su existencia en el seno del mundo de las ilusiones.” (Hervé Masson. Diccionario iniciático, pg. 431).  

2.-  “En efecto, es menester no olvidar que “especulación” y “teoría” son sinónimos; y se entiende que la palabra “teoría” no debe tomarse aquí en su sentido original de “contemplación”, sino únicamente en el que tiene ahora en el lenguaje actual…” (René Guénon. Ojeadas sobre la iniciación. Operativo y especulativo. Pg. 183). Nosotros aquí sí le damos ese sentido original para diferenciarla de la mera especulación mental.