Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

miércoles, 25 de abril de 2012

APROXIMACIONES A LA TRADICION PRECOLOMBINA Y A SU SIMBOLISMO, por Armando Montoya

1ra parte. Aspectos fundamentales para una doctrina del Hombre precolombino


Hablar de los principios metafísicos, cosmológicos y mitológicos de las culturas precolombinas desde una perspectiva tradicional necesariamente nos remitirá al plano de lo simbólico, en vista que solo una perspectiva que tome en cuenta los aspectos fundamentales manifiestos en tales principios en su total realidad, es decir los aspectos hieráticos, podrá acercarnos a la cosmovisión que determino el sentido de la existencia y la realización del ser humano en las civilizaciones precolombinas, y de este modo poder establecer una serie de vínculos reales con los fundamentos de la ontología espiritual cultivadas por los hombres de la antigüedad americana. 
No sucede lo mismo con las perspectivas del pensamiento secular posmoderno,  cuyas  metodologías responden, en principio y de manera taxativa, a categorías que están  alejadas del pensamiento tradicional debido a su enfoque meramente historicista. Lo que confirmaría que dichos enfoques aparecen más bien como concepciones del mundo escindidas con respecto a las realidades universales. Consecuentemente no poseen el lenguaje adecuado –ni mucho menos la cualidad intelectiva- para poder aproximarse a los fundamentos que hicieron posibles dichas culturas y de esta manera poder comprender el sentido de realización cultivada por aquellas. 
Esta sospecha no resulta nada descabellada para un tipo de pensamiento que busca profundizar en los estudios del simbolismo tradicional y de hecho ha sido ya confirmada por ciertos círculos en el seno de la propio intelectualidad occidental. Nos referimos principalmente a  las corrientes de hermenéutica simbólica influenciada  por los trabajos de Gaston Bachelard, Mircea Eliade o incluso Henry Corbin en el campo del arte, la religión y los aspectos más claves del mito (1). Dichas corrientes han puesto particular énfasis en una acérrima crítica a los fundamentos que sostienen los paradigmas científico-filosóficos establecidos por la cultura contemporánea  y su más hipertrófico legado, el pensamiento analítico. Y el resultado de dichos exámenes ha establecido que esta última adolece de las categorías supra-racionales capaces de poder dar testimonio del legado de las sociedades tradicionales, precisamente por ser un tipo de pensamiento reducido a sus meras representaciones empíricas-racionalistas, consecuencia directa de la ruptura de dicha concepción del mundo con la cosmovisión de los mundos antiguos. 
Reconocer este aspecto resulta cardinal para poder plantear la cuestión –por lo demás hartamente reconocida ya por algunos sectores del pensamiento contemporáneo más próximos a las perspectivas espirituales- sobre si la intelectualidad que se autoafirma como la depositaria del oficialismo cultural posmoderno no sería sino el resultado de una fase de disolución del intelecto humano, acorde con el punto culminante de una época que ha arribado a un desgaste histórico y que en su desesperado intento por auto-afirmar una existencia caída en el espiral del nihilismo, se aferra obsesionada a un realismo asfixiante, amparándose en la tecnología y las ideologías cientificistas.  

No obstante esta introducción, el fin de este artículo no pasa por pretender ser un vano intento de digresión filosófica que busque contraponer una crítica dialéctica a los procesos de descomposición histórica como resultado de una crisis espiritual de la presente humanidad ya evidenciada y zanjada por lo demás hasta el hartazgo tanto desde una perspectiva histórico-hermenéutica (Spengler, Heidegger)  como tradicionalista (Guenon, Evola, Lings), sino más bien un intento modesto por dilucidar y plantear algunos apuntes e interrogantes en el estudio sobre el simbolismo presente en la cosmovisión precolombina. 
A su vez consideramos necesario re-examinar  la definición de Cultura, acepción manoseada hasta el cansancio por las ciencias antropológicas y sociológicas, en el examen de esta tradición, y así poder aproximarnos al sentido más autentico de este término en relación a la cosmovisión del mundo precolombino. De este modo buscaremos contribuir con algunos esclarecimientos precisamente a  aquellas corrientes alternativas del pensamiento que buscan en los estudios del símbolo los pilares para poder fundamentar ciertas tesis neo-tradicionalistas. No está demás decir que nuestra pequeña contribución buscara matizar y  esclarecer interrogantes en una escala de grados más que a la impugnación de los aspectos y valores más universales del Mythos
Esto significa que necesariamente reconocemos los principios universales que sustentan todas las grandes tradiciones. A saber, el principio de centralidad metafísica presente en toda la creación, la aceptación del cosmos como una manifestación de un orden superior, el reconocimiento del hombre como figura pontifical entre lo celestial y lo terrenal y por sobre todo la función del arte y las ciencias tradicionales como vehículos capaces de hacer posible la realización óntica de cada ser humano, sea el horizonte cultural que sea. Dicha valoración espiritual esta, por principio, también presente en la cosmovisión precolombina, como no podía ser de otro modo, aunque expresadas con un lenguaje bastante más arcaico que muchas de las grandes tradiciones que han venido a prevalecer en las grandes religiones de la humanidad, sea budismo, cristianismo o  islam, para poner solo unos ejemplos, lo cual no es sino signo de una plenitud y una pureza del espíritu desde ya solamente hecho posible por  una voluntad Universal que se encuentra más allá de las leyes espacio-temporales. 


CONSIDERACIONES SOBRE EL LEGADO PRIMORDIAL DEL HOMBRE PRECOLOMBINO

El planteamiento sobre el origen y el sentido de humanidad cultivado por las civilizaciones precolombinas ha abierto una serie de fisuras en el desarrollo del estudio sobre los orígenes del hombre llevadas a cabo según las directrices del pos-humanismo. Por pos-humanismo entendemos esa corriente de cuya sombra parten las perspectivas histórica- antropológicas, además desde diversas  corrientes arqueológicas y semiológicas, en su afán de proponer un examen final sobre el origen y la aparición de los pueblos de la humanidad antigua. Esta insostenibilidad de principios solo es posible por esa continua obsesión por descubrir  documentos y registros que sirvan para desmentir o rebatir los frágiles fundamentos de una serie de ciencias y disciplinas carentes de categorías adecuadas para valorar los significados realmente visibles en la cosmovisión que nos trasmite el legado universal, y por ende metafísico, de cada uno de los pueblos precolombinos de la antigüedad.
Sin embargo en los últimos decenios se ha iniciado una nueva eclosión de perspectivas y corrientes de estudios que buscan ahondar en el significado universal de las civilizaciones antiguas, entre ellas la precolombina,  tanto de la mano de un estudio de los aspectos míticos y herméticos presentes en las practicas espirituales atestiguadas aun hoy en día en ciertos cultos religiosos de los pueblos que descienden de aquellas razas, como también en su lenguaje artístico y cultual, en el caso de pueblos ya desaparecidos. En este caso concreto nos referimos a una hermenéutica simbólica. Esta disciplina, que bebe tanto de la antropología y la historia de las religiones como de los estudios tradicionalistas, propone una mirada atenta a los signos presentes en todos los lenguajes que conforman el pensamiento mítico-religioso. Es decir que hay una valoración de lo religioso como algo totalmente vivo y coherente con una cosmovisión determinada.  Toda ceremonia, ritual y acto que consagra el mundo a poderes superiores más allá de lo meramente denso participa de lo que nosotros denominamos “sintaxis cultual”. Y en ellas los mitos y en las festividades populares se vuelven realidades fundamentales en la vida de una comunidad o civilización que nos permitan develar el misterio de su cultura y fundamentalmente su legado auténticamente supra-humano. 
Esto quiere decir que más que proponer una serie de planteamientos teóricos sobre posibles orígenes históricos de determinados pueblos de la antigüedad, estas nuevas perspectivas buscan remitirnos al significado esencial del pensamiento sagrado, manifiestas en  la religión, las artes y de modo más general en la cosmovisión de las civilizaciones antiguas. Y por antiguas entendemos a los pueblos que aparecieron  en los albores de lo que hasta hace poco se denominada el origen de la humanidad, y en el caso concreto al que nos referimos, a los pueblos ancestrales de América. 
Cabe recalcar en ese sentido, que el punto esencial que demarca una diferencia radical de perspectiva para con las ciencias empíricas y lógicas-analíticas, es que estos nuevos campos de estudio e investigación buscan entender los principios de dichas manifestaciones culturales no desde su aparición en el horizonte temporal en la así denominada historia de la humanidad, sino mas bien mediante un enfoque atemporal que busca comprender una cosmovisión dada  desde los principios mismos que se manifiestan en el lenguaje empleado por estos pueblos para articular los valores propios de su civilización, es decir desde la experiencia de lo sagrado. Aquí la novedad más radical es que se rompe con ciertos esquemas causalistas empleados, explícita o implícitamente, por las ciencias así denominadas humanas y sociales, que necesariamente caen en el viejo error de proyectar una serie de valoraciones históricas, filosóficas e ideológicas en el objeto de su estudio (2). 
A la luz de lo afirmado, cabe preguntarse qué sentido tiene indagar por supuestos orígenes historiográficos de una determinada civilización si no se sabe reconocer los signos  lenguajes que nos remiten a realidades sagradas, es decir al mythos,  única realidad  reconocida por los pueblos de la antigüedad y en el que el origen de la humanidad encuentra su expresión real y total en el propio lenguaje utilizado para hacer inteligible la experiencia de lo sagrado. Subsiguientemente y en ese orden de cosas, debemos considerar que para aquellos pueblos la vida se presentaba como una fuerza que necesariamente tenía que ser superada, o mejor dicho “sacralizada” según los preceptos establecidos por el lenguaje de la cosmovisión imperante. 
Este anhelo por romper con los horizontes denominados profanos, es un rasgo evidente no solo en los pueblos precolombinos sino también en todos los pueblos de la antigüedad.  Entender este fundamento necesariamente nos remite a un principio universal que se manifiesta como diría Mircea Eliade in Illo tempore. A su vez ignorar este orden cualitativo en el planteamiento de todo estudio sobre los mundos antiguos es prácticamente caer en la mera ilusión de querer encontrar sentido sobre realidades intrínsecas en meros componentes empíricos, como por ejemplo querer sacar conclusiones generales sobre la cosmovisión de un determinado pueblo de la América antigua simplemente analizando el material empleado en su arte o arquitectura y el grado de técnicas disponibles para realizarlo. 
Partiendo desde una perspectiva que busca integrar los elementos más autenticos de una cultura, que necesariamente significa reconocer sus aspectos hieráticos, entonces necesariamente tenemos que reconocer que todos los pueblos de la América antigua tenían el rasgo común de percibir el mundo como un lugar donde ciertos acontecimientos supra-naturales  -suerte de hierofanías- tenían el poder de romper con el ritmo natural de los acontecimientos profanos sometiendo el ritmo de la vida humana a fuerzas superiores, y que transfiguraban la vida comunal y a su vez la existencia individual de los hombres y mujeres de dichos pueblos. Esto hacia posible de este modo una identificación entre la vida de la comunidad y los orígenes supra-terrenales –y en ese sentido metafísico- a los que se remontaba la existencia de un determinado pueblo. 
Esa continuidad ontológica fue desde siempre cultivada como una especie de renacimiento, una reactualización de la cosmogonía primordial -mediante una serie de liturgias de orden religioso- en el acto del eterno fiat lux, y que remitía la vida general de una comunidad o pueblo a su unidad primordial. Hay algo mas, el ser humano mismo se reconocía con el poder de poder transformar ese orden natural mediante una serie de prácticas cuyo origen se pierden en el tiempo –aquí pensamos en el chamanismo-aunque solo a nivel de rupturas momentáneas que separaban al hombre del tiempo homogéneo y el espacio fenoménico, buscando reintegrar un orden primigenio perdido por una caída ocurrida en tiempos inmemoriales. 
Resulta pues inútil caer en una serie de explicaciones que buscan relativizar ciertos rasgos universales del hombre o la tradición precolombina, como por ejemplo al proferirse en términos plurales cuando se habla de atributos ontológicos. Pensemos en la acepción “cosmovisiones”, a la que erróneamente suele atribuírsele una valoración cultural, con la variedad de connotaciones que esto pudiera tener, no pudiéndose ver que mas allá de ciertas diferencias contingenciales determinadas por las limitaciones espacio-temporales, los fundamentos ontológicos de todos los pueblos precolombinos presentan el mismo Ur-grund, es decir los mismos acontecimientos cosmogónicos presentes al inicio de los tiempos y a su vez la misma estructura de un orden cósmico que deriva en una finalización del tiempo y del mundo, una suerte de apocalipsis que redimirá la existencia terrenal para eximirla del sufrimiento, la ignorancia, la muerte y la caducidad. 
Estos rasgos, presentes a su vez en todos los pueblos no solamente de la antigüedad sino que también extendida a todas las culturas y pueblos tradicionales, resultan suficientes para poder expresarnos en términos de un origen meta-histórico de la humanidad. Esto explica nuestro incesante uso de los términos “tradición precolombina” o “hombre precolombino”, pues en esta última figura vislumbramos cualidades universales y arquetípicas de la humanidad sintetizada en la figura de un ser humano primordial. Que esta valoración ontológica era el ideal de todas las civilizaciones antiguas esta fuera de toda duda y de ello dan testimonio sus fundamentos espirituales, sus revelaciones, el arte que han dejado como legado, entre otras cosas.  Ese era justamente el fin de los rituales religiosos, el de reactualizar no solo un tiempo sagrado y un espacio primordial, sino sobre todo reactualizar el estado humano original. 
Esta falta no hace sino delatar una pobrísima comprensión de los mundos antiguos en general, y en el caso aquí expuesto del precolombino en particular, que nos permite vislumbrar una suerte de hybris de orden racionalista que predomina aun hoy en el pensamiento contemporáneo que, salvo contadas excepciones, simplemente aúna esfuerzos para encasillar el legado de las experiencias de los sagrado, dejadas como testimonios en monumentos, obras de arte, cantos, símbolos y mitos en general, en meros productos creados por la experiencia colectiva de la vida humana en sus diversos horizontes asi denominados “históricos”. Según dicha perspectiva, ello nos daría la clave para entender el fenómeno denominado “cultura” como una serie de avances progresivos de los diversos estadios de la humanidad. 
Ahora bien, siguiendo este enfoque la noción de cultura que el pos-humanismo postula no sería sino una suerte de sistemas simbólicos que construyen concepciones  de la naturaleza y la vida como resultado de representaciones colectivas que se irían generando a raíz de movimientos causalistas, léase históricos, en un espacio dado. Nada más lejos de la vivencia autentica del Mythos, en el cual lo social siempre está supeditado a fuerzas superiores, que rompen con la homogeneidad del tiempo histórico, puesto que expresa una realidad supra-histórica que no es sino la manifestación de una cualidad hierática y jerárquica de orden tanto cósmico como supra-cósmico, a lo cual lo humano y lo histórico están supeditados. A partir del reconocimiento de esa vivencia, la conciencia humana hace posible el lenguaje adecuado para transmitir los valores que expresen la continuidad de esa realidad, es decir los lenguajes cultuales, a la que la vida comunal estaba orgánicamente entrelazada; dichos lenguajes eran lo más próximos a los que los antiguos entendían  por Cultura
Ese enfoque causalista de parte del  pos-humanismo quizá explique el desbordado interés que centraron ciertas disciplinas, nos referimos particularmente a la etnología, la historia y la arqueología, en determinados pueblos  precolombinos –pensamos en los pueblos aztecas, mayas e incas principalmente- en vista que desde una perspectiva historicista, la aparición de dichos pueblos  legitimaba una teoría de los estadios de conciencia más avanzados presentes en la historia, lo que alimentaba la concepción de la historia como un continuación lineal de la evolución humana. Consecuentemente dicho afán por reivindicar los avances de ciertas culturas precolombinas con respecto a otras delata una fuerte influencia de un humanismo tardío, pues en esencia no se buscaba otra cosa que reivindicar ciertas concepciones filosóficas heredadas de la ilustración, a saber el concepto de la conciencia humana ligada a una evolución social e histórica. 
Añadiremos que, fiel a sus propias contradicciones y a la falta de sustento ontológico de sus principios, ciertas corrientes  de investigación pos-humanista, particularmente nos referimos a la etnología y la semiología, han buscado relativizar los postulados de la antropología y la sociología clásica, dando hincapié a nuevos parámetros en el estudio de las culturas para una comprensión más adecuada de lo que estos denominan la coherencia lógica del pensamiento arcaico o salvaje. Para esto se ha querido revalorar el lenguaje de mitos presentes en ciertos pueblos y tradiciones menores -menores a la vista del las ciencias que estudian las culturas denominadas más avanzadas- pero sin cambiar en principio el sesgo característico que las define. 
En suma, si bien se ha buscado hacer una crítica a los fundamentos filosóficos de ciertas disciplinas que han estudiado a los pueblos de la antigüedad, el resultado final ha sido solamente la postulación de una dialéctica que afirma la validez de todo lenguaje cultural, sea de la tradición que sea. De este modo se busca demostrar la validez universal del pensamiento lógico del hombre, no ya presente solamente en lo que el historicismo y las ciencias sociales denominaban las civilizaciones más avanzadas, sino incluso en los estadios de la humanidad hasta hace poco considerados arcaicos. Aquí se vislumbra un nuevo enfoque predominantemente relativista –pensamos sobre todo en las tesis del estructuralismo-pues no se hacen diferencias radicalmente significativas entre los principios fundamentales de determinadas cosmogonías o mitologías y su contextualización en la vida comunal, sino que se plantea un estudio de los lenguajes empleados por los pueblos arcaicos que se encuentran presentes en las diversas estructuras que conformarían la experiencia cultural y social de aquellos, ya sean fiestas costumbristas, danzas, la lengua hablada, las relaciones de parentesco, de comercio,  las instituciones sociales, etc. Es decir, se cuantifica más el espectro de acumulación de datos sin llegar a una síntesis total sobre cuál es el mensaje universal presente en una tal tradición y su relación directa con la valoración de la naturaleza efectuada por esos pueblos. 
Curiosamente, si nos apartamos de dichos enfoques empírico-historicistas podremos encontrar una serie de valoraciones que se apartan sustancialmente de dichas corrientes, como por ejemplo el llevado a cabo por tradicionalistas como Frithjof Schuon. Este pensador veía en los pueblos considerados en un estadio de cultura más arcaico por las corrientes de investigación antropológica y arqueológica, precisamente a los auténticos herederos de una humanidad primordial. No obstante resulta llamativo el hecho de que dicha revalorización haya sido enfocado en los pueblos indígenas de América del Norte, sobre todo los ubicados en territorio estadounidense, con una actitud idealista a veces un poco desmesurada. Esto lo llevo a considerar a los pueblos pieles rojas como la raza descendiente directa del hombre edénico, o por lo menos de un tipo de hombre primordial que habría habitado el planeta en la tan denominada Edad de Oro. Su postulado rebata la tesis  de las corrientes cientificistas, cuyos trabajos se centraron significativamente en las civilizaciones de Mesoamérica y los andes centrales, es decir en los territorios políticos de los actuales México y Perú, en los que ellos veían un horizonte más avanzado de cultura. 
Es bien sabido que dicho enfoque cientificista contenía en principio el lastre de legitimar una concepción de la historia como una progresión de estadios de conciencia humana, y consecuentemente al construir los fundamentos de una disciplina para el estudio de los pueblos precolombinos, dicha corriente había caído en el mismo craso error de los orientalistas, unos decenios antes, en reducir los componentes fundamentales de las culturas precolombinas a meros datos historicistas. Creemos que en parte eso explica la postura del renombrado perenialista de querer ver en los pueblos del antiguo México y Perú simplemente a unas culturas tardías puesto que, según esta valoración metafísica, dichos pueblos no poseían ni la plenitud ni las cualidades prístinas del auténtico hombre americano (3). Su valoración es pues no solo una afirmación del lenguaje primordial del hombre precolombino sino fundamentalmente un rechazo al historicismo oficial que hasta ese momento había postulado la supremacía de los pueblos precolombinos presentes en los territorios hispanos del continente americano, a cuyas tesis se oponía. 
Una actitud de tal naturaleza resulta, hasta cierto grado, coherente en cuanto que sirve de piedra angular para rebatir ciertas tesis de la historiografía contemporánea. Sin embargo, a la hora de formular una hermenéutica simbólica del Mythos presente en toda la tradición precolombina, podemos objetar que resulta insuficiente para poder profundizar en la reflexión del por qué dichos pueblos de Mesoamérica y los andes centrales arribaron a un grado de plenitud religiosa y cultural que se manifestó en los lenguajes empleados para edificar colosales civilizaciones herederas de un mensaje universal y primordial, que coincidía en los aspectos más centrales con las mitologías de los pueblos de las planicies norteamericanas. En cualquier caso creemos que dicha actitud responde a un cierto temperamento innato del gran sabio suizo por identificar la vida tradicional de los pueblos nómadas al autentico espíritu primigenio de una humanidad perdida, léase adámica, pues es bien sabido que un rasgo esencial de pureza presente en los pueblos de la antigüedad se manifiesta en ese firme rechazo al apego a un territorio, o lo que es lo mismo al establecimiento de una polis, lo que da testimonio de una pureza magnánima.
No obstante ese idealismo tal vez algo desmesurado, tal valoración nos acerca a una problemática fundamental en el tratamiento del estudio de los pueblos precolombinos, a saber, el de la aparición de los pueblos antiguos en el horizonte anterior al cultural, que es por definición el horizonte que las ciencias empírico-historicistas definen como pre-historia y cuyos fundamentos escapan a la definición de estas corrientes cientificistas precisamente por la ausencia de material factico que pueda ser usado para la elaboración de sus tesis. A esto hemos de añadir, siguiendo un planteamiento fiel a la perspectiva tradicional, que si la acepción Cultura (4) posee una relación no solo con cultivar sino con sobre todo con culto, es decir con el sentido de ritual, entonces creemos que necesariamente hemos de hacer una diferenciación distintiva entre dos tipos de humanidad, una humanidad cultual y otra cultural. La primera estaría ligada a un tiempo primigenio, anterior a la aparición de las primeras ciudades, la escritura y la agricultura y la segunda precisamente a la época donde se hacen manifiestan tales lenguajes humanos como señal del nacimiento de la historia. Ahora bien, esa concepción de “nacimiento de la historia” como evento de una supuesta universalidad del logos humano no deja de ser una lectura racionalista (5), pues nada parecido era concebido por los pueblos de la antigüedad que llevaron a cabo dicho cambio de conciencia, lo que algún teólogo cristiano ha denominado con bastante juicio, el salto “teocéntrico” (6). Es más, siguiendo la línea a la que nos abocamos, es decir siguiendo el camino del Mythos, de las revelaciones y las escrituras sagradas presentes en las civilizaciones antiguas, hemos de concluir que tal cambio de conciencia responde necesariamente a una caída cosmológica del hombre y la naturaleza a niveles de manifestación que denominaremos mas “condensadas”, es decir a un cambio cíclico en el cual se vislumbra un oscurecimiento –a nivel ontológico- de la era precedente. 

NOTAS:

1 Como referencia, hacemos alusión a lo expuesto en obras como “La poética del espacio”, “Lo sagrado y lo profano” o “El hombre y su Ángel” de los tres autores mencionados respectivamente. 

2 Añadiremos que dichas nuevas corrientes del pensamiento no podían haber salido a la luz sin el trabajo seminal de los grandes hermeneutas de la religión, del simbolismo sagrado del arte, de la orientación metafísica de las ciencias herméticas y del pensamiento tradicional en general,  aquí citaremos a Guenon, Coomaraswamy, Scholem, Burckhard, por nombrar solo algunos.

3“Por Chamanismo entendemos tradiciones cuyo origen es prehistórico, característicos de los pueblos mongoles, en los que incluimos a los indios americanos aunque no a mexicanos ni peruanos, quienes son más bien filiaciones tradicionales posteriores –Atlantes, según una cierta terminología- y quienes no han participado o surgido del nidal primigenio de las “Aves-trueno”. Schuon en “American Indian Shamanism”, texto presente en colección de la obra schuoniana en World Wisdom: http://www.worldwisdom.com/public/library/American_Indian_Shamanism.aspx  

4 Ver nuestro artículo sobre el simbolismo de la luna, “Entender a la Luna: reflexiones sobre la sobre el Equinoccio y la Cuaresma”

5 “Es en este momento (el autor se refiere a las crónicas indígenas sobre la conquista del inca Pachacuti sobre las tribus chancas) de la historia mítica del Cuzco, y en especial al referirse a las hazañas de los diferentes reyes, cuando algunos estudiosos entienden que nuestra información procedente de los documentos coloniales pasa del terreno fundamentalmente mitológico al histórico. Con ello concede el merito de la derrota de los chancas a Pachacuti Inca, y se piensa que este acontecimiento fue seguido de una significativa consolidación y expansión de la ciudad del Cuzco y del imperio. De acuerdo con esta imagen, las fechas del reinado de Pachacuti se situan entre 1438-1471 d.C. De todas formas, esta interpretación histórica de las leyendas míticas de la dinastía inca hasta el momento no ha sido confirmada por ninguna evidencia arqueológica”. Gary Urton en “Mitos Incas”. 

6  Ver la obra de Raimon Panikkar “La intuición cosmoteándrica: Las tres dimensiones de la realidad”.